Deconstruye | El horizonte de la escuela y la escuela en el horizonte
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El horizonte de la escuela y la escuela en el horizonte

 Olga Belmonte |

Educar es, para H. Arendt, transmitir a otras generaciones el amor por el mundo y ofrecerles claves para no quedar a la intemperie ante el futuro. Educar es, por tanto, amar al mundo y amar al otro, de modo que juntos cuidemos del mundo, para que siga siendo habitable. Las leyes de educación deberían tener en su base la pregunta por el sentido de la escuela. La reflexión que sigue nace precisamente de una conversación entre J. M. Esquirol y Carlos Magro sobre esta cuestión. En ella, Esquirol afirma que educar es favorecer que las personas maduren bien, atendiendo al mundo y a los demás. La madurez es la posibilidad de dar fruto.

Es probable que la mayoría estemos de acuerdo en que la escuela no es lo que debería ser, pero ¿estamos de acuerdo en lo que debería ser, en el horizonte al que tender? La escuela debería favorecer la atención, entendida como una doble apertura a la realidad, que nos permite conocer el mundo y respetarlo, cuidarlo. Estar atento es mirar mejor; ser atento es cuidar mejor. Ambas acciones están vinculadas y se retroalimentan.  ¿Cómo deberíamos concebir la escuela para que pudiera ser un lugar en el que madurar aprendiendo a mirar? Aporto algunas sugerencias a partir de la conversación:

  • La escuela es un lugar especial. Como señala Esquirol, es uno de los primeros lugares a los que “se va”. Salimos de casa, que es un espacio familiar, para ir a la escuela, un lugar diferente que nos sitúa ante la diferencia, desde un espacio de seguridad. En la escuela aprendemos a cuidar nuestras heridas comunes y a celebrar las alegrías comunes, con personas diferentes. La escuela es un espacio valioso que nos puede enseñar a apreciar las diferencias.
  • Es una institución en la que se deberían llevar a cabo acciones diferentes a las propias de otras instituciones. La casa, la escuela, la biblioteca, el templo… son ambientes específicos, con una fuerza simbólica y vivencial distinta. Por ello, se entiende que en el templo se dé la plegaria; que en la casa tenga lugar la hospitalidad; en el hospital, los cuidados vinculados a la salud; en la escuela, la formación integral de las personas.
  • Un espacio y unas acciones distintas requieren también de un lenguaje específico. La competitividad, la rentabilidad, la utilidad o la eficacia son términos que remiten a otros ámbitos, como el mercado, que cada vez fagocita más aspectos de nuestra vida. Hay escuelas que ya no funcionan como escuelas, sino como empresas. Pero la escuela debería tener un lenguaje propio, que le protegiese de las lógicas mercantiles, para no quedar asemejada y asimilada por ellas. La escuela solo servirá a la sociedad si no se somete a ella en sus términos y funciones; si preserva su sentido. Servir a la sociedad no significa quedar a su servicio, sino contribuir a su mejora como sociedad.
  • La escuela permite interrumpir los ritmos cotidianos, para dedicar tiempo a mirar el mundo, a atender a los demás y a formarnos. Es un lugar privilegiado para detenernos ante los temas que la sociedad considera irrelevantes, pero que son importantes para la vida. La escuela da tiempo y genera espacios para atender a lo que da sentido a la vida.

El horizonte de la escuela y la escuela que deberíamos tener en el horizonte es aquella en la que fuera posible lograr que las personas sean cada vez más atentas, en su sentido epistemológico y ético; es decir: más lúcidas y humanas. El mundo significa, etimológicamente, cosmos: orden, armonía. Pero el mundo en el que vivimos no es armónico, ni habitable para todos. El mundo de la vida vivible para cada ser humano es un horizonte al que tender, no una realidad.

La educación debería estar al servicio de la construcción y la creación de una mayor armonía, esto es, un mayor mundo. Nuestro tiempo nos pide acciones, decisiones que atiendan a este mundo y lo cuiden. Amar el mundo no es aceptarlo tal y como está, es querer que sea mejor y contribuir a que lo sea. Como afirma Esquirol: tenemos que lograr que la escuela sea más verdaderamente escuela y que el mundo sea más verdaderamente mundo. Haciendo una verdadera escuela, estaremos construyendo mundo.

Aquí podéis ver la conversación entre J. M. Esquirol y Carlos Magro:

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